El Mundo
22-03-1999
Pablo Sanz
Entre maestros
MADRID - La música de Randy Weston se busca porque quiere
ser. Y cada noche, se encuentra, porque su latido es la palpitación de un
corazón hecho de memorias, momentos y suenos vividos. Su
inspiración nace escorada en tierras africanas, y luego permanece
orgullosa en su particular reverbero americano. El peregrinaje no tiene un
recorrido definido, porque el león de Brooklyn no tiene cuaderno de viaje
y se mueve sólo por instinto.
Hoy, el jazz se viste con ropajes exóticos, y acomoda su emoción libre con
músicas centenarias. Hoy casi todo se puede saber, e incluso
hacer, pero no sentir. Y Randy Weston sólo atiende al sentimiento entero,
más por necesidad vital que artística.
El pianista acotó su universo creador entre dos grandes maestros, Duke
Ellington y el Malem Gnaua Abdellah El Gourd. A su lado, dispuso el
African Rhythm Quartet, un proyecto envenenado de verdad musical
manufacturado por tres músicos insólitos: el saxofonista
Talib Kibwe, el contrabajista
Alex Blakey el percusionista
Neil Clarke.
Abrió fuego en solitario con un encadenado de piezas firmadas por
Ellington, al que ha rendido siempre homenaje, y no sólo ahora que todo el
mundo celebra el centenario de su nacimiento. Con los acordes
de Caravan apareció la banda, prolongando la fascinación ellingtoniana en
una de las versiones más definitivas que jamás hayamos escuchado. En la
platea, el público asistía silencioso al fundido en negro. En la tarima,
los músicos se entregaban al ejercicio sublime de la improvisación. Y
frente al piano, la sonrisa de un maestro feliz.
A Randy se le escucha hasta cuando no toca, porque él mejor que nadie sabe
de la verdad del silencio. Las notas caen en una música cadenciosa
y medida, luego agitada por una mano izquierda firme e inconformista. El
piano respira un blues añejo de ida y vuelta, bien lucido con destellos de
swing. Y en el fraseo abierto, tod la grandeza del jazz: dominio del
lenguaje, sentido del ritmo, temperatura expresiva e improvisación sin
horizontes.
Anu Anu y The Shang nos recordaron ese nuevo repertorio grabado en su
último disco, Kephera, antes de echar mano de piezas voluminosas como
Niger Mambo o Mystery of love. El trío seguía las genialidades
apuntadas desde el piano, con un percusionista hipnótico, un contrabajista
virtuoso y un saxofonista personal. Y tras el regalo final, con la música
de las cofradías gnauas al frente, la sensación de haber asistido a un
concierto que per durará en nuestra memoria por mucho tiempo.
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